Un viaje al interno

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Un descenso al corazón

miércoles, 29 de noviembre de 2017

Lesa Humanidad



El tiempo se ha convertido en el árbitro de un partido de un tablero en tablas entre el orgullo y la decadencia en que ninguna de las dos se quiere retirar y donde ambas son solo las cabecillas de una horda de maldad que se echó a suertes el mundo y hasta que no consuman por entero sus recursos no van a terminar.

 Los seres humanos, hombres y mujeres, han ido olvidando el horror que no hace tanto protagonizaron y mientras un puñado de juristas aún juzga sus crimines, por doquier surgen nuevas formas de opresión con una cara nueva y limpia que resulta del agrado, si no de su paternidad, de quienes dirigen el mundo; y así en nuestros días, en pleno siglo XXI, al igual que en el XV, los feudos de unos y otros se yerguen  mientras el hombre de a pie paga, aún sin poder, el peso de una fiscalidad mal repartida si no mal intencionada.


Lo público se esquilma y se deja morir en pos del interés de unos pocos mientras que la inmensa mayoría sigue sufriendo el peso de una ley que no hace justicia.

Dijo Martin Luther King que todo aquel que viendo una injusticia no hace nada para evitarla, comete la misma injusticia que no evita. En nuestros días son pocos quienes no vean la injusticia. Hace no mucho los medios de comunicación masiva nos alertaban de la venta de seres humanos como esclavos en Libia, hombres, mujeres y niños forzados a abandonar su vida para sobrevivir y que ante la apatía del mal llamado primer mundo, son vendidos a sus puertas mientras la justicia y el derecho debaten sobre lo inadmisible del hecho y continúan mirando hacia otro lado.

 Violencia de género, parricidios, violaciones, pobreza energética, deshaucios, pensionistas sin recursos,  salarios que no sacan de la pobreza a quien trabaja, familias sin luz ni gas en pleno invierno, trabajos indignos, jornadas interminables, padres que no pueden conciliar vida laboral y familiar, hijos que se van a la cama sin apenas nada que comer y sin poder casi conocer a sus padres que, en un intento por subsistir, se han convertido en un número cotizante que nada importa y a nadie preocupa. Pobreza, falta de medios, salarios bajos, trabajos precarios, carestía de la vida, hambre, indigencia… injusticias todas ellas que todos vemos y ¿qué hacemos para evitarla? Miramos a otro lado, nos quejamos pero sin hacer nada. Quienes gobiernan no tienen ningún plan de ayuda, nada con lo que salir a flote, los que más tienen no dan  y los que nada tienen no reciben, auspiciados por un sistema que prometió el bienestar y nos dejó en la calle con mucho que decir pero sin voz, amordazados, con un miedo irreal a perder unas migajas que ni siquiera nos dan pero que son el fruto del esfuerzo y la lucha que se hizo y que ahora gustan en quitarnos ante el silencio de muchos que no hacen nada para evitar la injusticia que ven y que por ende son artífices de la misma injusticia que se comete.

Los Derechos Humanos se han convertido en una suerte de código jeroglífico para el que parece no haber Piedra de Roseta; parece no ser más que un ideal de lo que deberíamos vivir la humanidad pero lo cierto es que son más los seres humanos que no tienen derechos, que los que los que disfrutamos de ellos, aunque aún haya mucho por recuperar.

 Hoy ya no son deportados, sino refugiados, hoy no son campos de concentración sino de estancia permanente, de desplazados, hoy ningún gobierno o estado mete en camiones a regiones enteras y las extermina, hoy es fanatismo, la migración, “deseos de una vida mejor” que no pocas veces se trunca en una muerte horrible en brazos del mar, en el desierto, de frío en las fronteras… y en el trayecto: violaciones, vejaciones, torturas, abusos de toda clase, muerte y asesinatos, todo, a las puertas de un primer mundo que ha cerrado sus ojos y su corazón a una verdad que clama más que sus políticas, pero que clama en silencio porque no tiene fuerzas para defenderse, sin políticas reales para poner fin a tanto dolor, acallando las conciencias a golpe de ONG y mientras este primer mundo en manos de unos pocos, cada vez menos, que van seccionando y absorbiendo todos los derechos, cambiándonos el nombre de cada concepto, de forma que sí, pero no, y sigamos tragando por hacer del mundo un mundo mejor, pero ¿para quién?

Polución, contaminación, aguas envenenadas, vertidos tóxicos, un planeta que se muere y que estamos matando… pero ¿a quién le importa? DINERO, sólo eso interesa, como ya cantara la afamada actriz Liza Minnelli en la película Cabaret, sólo eso importa y sólo él hace girar el mundo. Y es que el dinero cambia opiniones, compra conciencias, mueve razones… y es que todo tiene un precio, también, y como hemos visto, la vida humana, que ha sido puesta en venta, hipotecada y vendida en un macabro “Monopoly” donde unos pocos tienen las calles y el resto caemos en sus casillas y para colmo además les votamos cada 4 años, no sea que cambien las casillas y podamos tener gratis lo que antes tuvimos y que ahora pagamos por peor servicio, eso sí, privatizado.

Querido lector: supongo, imagino y espero que todo esto que te digo lo veas, que en cada párrafo te identifiques, porque ninguno, y digo bien, NINGUNO somos ajenos a todo cuanto está pasando, da igual el lugar en que te encuentres, no importa lo que estés haciendo o hayas hecho, sólo importa lo que estamos dispuestos a hacer para frenar esta locura de lesa humanidad que ha tomado un cariz legal casi legítimo y que va a destruirnos por completo. Tal vez un solo individuo no puede cambiar el mundo, pero sí puedes ayudar a quienes te rodean a abrir los ojos y una multitud despierta sí puede ser el eje sobre el cual se apoye la palanca que destape el crimen de esta humanidad que ha olvidado sus atrocidades y que las ha maquillado y renombrado para poder seguir llevando a cabo lo que nunca debió ocurrir. 





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