El mundo sigue avanzando o al menos la humanidad continúa en
su avance en el tiempo lineal en que se desplaza; siendo apenas una mota de
polvo en el cronograma del universo pero creyéndose en todo y de todo su
centro.
La humanidad sigue avanzando, se supone, y las cosas que
ayer creíamos vencidas, casi erradicadas, parecen volver a asomar en medio de
una tempestad en la que el ser humano es el único responsable.
Las antiguas diferencias de las que el ser humano era presa
hace no mucho, todo aquello por lo que se ha luchado, toda su evolución. Todo
aquello por lo que mereció la pena dar la vida un día, parece que se esfuma a
lomos de un viento que arrastra polvo del pasado y que, en medio de toda la
modernidad, en medio de esta era del humano 3.0, de droides e inteligencia
artificial, parecemos dispuestos a olvidar lo auténtico.

Hace no mucho, unos 500 años lo más, una fuerza entre lo
humano y lo divino tenía la potestad de manejar el destino de los pueblos. La
figura de Dios como centro de la existencia humana era un imperativo innegable
bajo penas muy duras, en algunos casos, hasta de muerte. Irónicamente, esta
religión que ahora impartía o tal vez imponía, su criterio y su doctrina a
golpe de mandatos de obligado cumplimiento, llegando a permitir todo tipo de
aberraciones en nombre de Dios, no hacía mucho que había sido tomada también
por herética en el mundo romano y ahora, ahora que estaban en el poder, usaban
sus mismas malas artes para imponer su criterio… sin duda un periodo de la
historia del que aprender, nunca olvidar, un capítulo del que pedir perdón, porque sí,
se cometieron aberraciones, pero también es cierto que hace 500 años el nivel
cultural, económico, el desarrollo social, no son comparables a nuestros días…
El hereje era aquél
que se atrevía a poner en duda lo que era dogma, norma, lo de obligado
cumplimiento, aquello que se tenía por verdad inamovible, aquello dictado por
la tradición y el magisterio, aquello que había sido fijado a fuego en piedra,
todo aquello que el poder había limitado y que cuestionar suponía el delito de
poder en duda el cimiento del poder mismo… no era una cuestión de fe, era una
cuestión de estado y de poder.
El dios de entonces es el mismo que el de ahora y no me
refiero al Dios con mayúscula que se entiende como el ser todo poderoso, no. El
dios de hoy, como el de entonces, sigue siendo el poder, el dinero, ese dios
que se ha enrocado entre religiones y poderosos para marcar la senda y el
camino de todo y que se revela contra cualquier cambio que haga peligrar su
estatus quo. Hemos cambiado las grandes catedrales por los centros comerciales,
las grandes misas por los macro conciertos, las procesiones por las colas para
pagar, los diezmos por guardar las apariencias, por las marcas, y en la cúspide
de todo, siguen los mismos, siguen los poderosos, esos que marcan el camino de
lo ético, lo normativo, lo aceptable, lo bueno, lo malo, lo aceptable… mientras
crece su opulencia a costa de la miseria de la mayoría. Hemos cambiado la
inquisición por el ostracismo, ya no colgamos sambenitos, pero marcamos al
diferente y lo señalamos hasta el punto de someterlo, de desterrarlo, hasta el
lugar de la muerte en vida, eso si no acaba en episodios de muerte real; ciber
acoso, marginación social, bullyng, mobbing, burlas de todo tipo, humillaciones…
El mundo ha cambiado mucho, o tal vez no, la humidad sigue
anclada en un pasado del que parece no querer salir y al que parece retornar
constantemente, pero en cada época hay herejes que se atreven a optar por lo
distinto, por pensar diferente, librepensadores que en vez de preguntarnos “¿por
qué?, miramos a la vida desde el “¿y por
qué no?” humanistas, idealistas, que pensamos en el bien de la humanidad y a
quienes la humanidad extingue, ¿la humanidad? O tal vez sus inquisidores... y
es que, los herejes, ayer como hoy, somos molestos para los poderosos, sea cual
sea la fuente de su poder.
Hoy como ayer existe un dios que es el dinero y una religión
que es el capitalismo, su neófito es el neoliberalismo
y sus acólitos son los grandes bancos, empresas y fondos de inversión. Son unos
pocos, “selectos” señores feudales que campan a sus anchas poniendo precio a la
vida de individuos, colectivos e incluso a las economías de países enteros. Su dios
es el dinero y su liturgia es amasar fortuna, sin importar el precio, siempre
que el precio lo pongan ellos y el rédito caiga sobre sus cuentas. Nada les
vale la vida del resto, para ellos nadie salvo sí mismo existe y cuando unos
pocos, los herejes del siglo XXI, empezamos a hablar, nada les cuesta sembrar
la discordia y el odio a cambio del terror, para después vender sus “soluciones”
a problemas que ellos mismos han creado, mientras degradan un poco más al
grueso de la sociedad. Su discurso sobre lo normativo, sobre lo lícito, sobre
lo prudente, esconde su ansia por permanecer sentados en un trono que ellos
mismo han cargado a espaldas de la mayoría, mientras hacen creer que sin sus
migajas no hay salida a la miseria de la que ellos mismos nos someten.

Los herejes de hoy, como los de antaño, somos simplemente
eso, mujeres y hombres libres, libres para pensar y libres para actuar, respetando
la libertad del otro y es ahí, en ese ejercicio de la libertad, donde los
inquisidores siembran el terror, porque en el miedo no hay libertad, por eso
este mundo vive esta época de miedo, de terror, de egoísmo, de maltrato, de acoso
y opresión, en lo social, en lo laboral, en los personal, en lo sexual… el ser
humano está viviendo como si la evolución hubiera dado al retroceso, y en vez
de ser libres, nos estuviéramos volviendo atrás. El dialogo se ha cambiado por
la amenaza, el amor por el erotismo, la economía por el robo, la política por
el interés, la libertad por el miedo… en
definitiva, la vida por la muerte y es que, cuando el ser humano deja de ser el
centro de toda conversación, cuando no vale la vida sino la producción, cuando
a la vida de un ser humano, mujer, niño, niña, hombre, anciano o anciana, deja
de valer por el simple hecho de ser humano, por hecho de existir, por el hecho
de su propia vida, cuando todo tiene un precio, todo tiene un tiempo y por
ende, todo tiene fecha de caducidad…

La democratización del pensamiento, la democratización de
las ideas, la democratización de la riqueza, de las oportunidades, de la
libertad, de la existencia, ha dotado a la humanidad de más en menos tiempo que
en toda su corta historia. Hoy peligra esa democratización del todo a cambio de
una relatividad que nada tiene de existente, que nace de la avaricia de unos
pocos, que busca acabar con todo para todos teniendo todo para sí, pues un
pueblo sin memoria es un pueblo sin cultura y un pueblo sin cultura, se puede
someter.
Querido lector, si has llegado hasta aquí, enhorabuena, algo
en ti te dice que las cosas no están bien, algo en ti te suscita al cambio, a
ser libre… ¡no tengas miedo! Es verdad, los herejes no siempre tenemos buena
fama, pero al final, detrás de cada hereje, ha surgido un cambio y de cada
cambio, la evolución. Atrévete a ser hereje, a elegir, a decidir, a ser tú
mismo, a pensar… atrévete a existir, a ser, a conocer a interpelar… atrévete a
poner en duda todo, atrévete a ser tú mismo, tú misma a romper la norma, a
crear un espacio donde crecer… y tú, querido lector, que sientes que encajas en
este mundo normativo, si has llegado aquí, enhorabuena, abre tu mente, respeta
que las distintas formas y las distintas normas pueden coexistir, que mi
libertad en nada coarta la tuya, sino que la expande.
Hereje del siglo XXI, ¡¡¡¡sé libre!!!
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