Un viaje al interno

Un viaje al interno
Un descenso al corazón

miércoles, 9 de septiembre de 2015

La última Frontera

  Hoy nadie es ajeno a la crisis migratoria global que irrumpe a las puertas de Europa, de muchas maneras y diversos modos a nuestros ojos llegan cada día imágenes del horror que se vive en las fronteras de nuestro acomodado mundo en crisis, imágenes, no más crudas que a las que por desgracia ya nos tienen acostumbrados los medios, por no citar las redes sociales, pero sí imágenes cargadas de un impacto emocional bienintencionado que ha hecho tambalearse los cimientos de la conciencia colectiva de la sociedad civil europea, siendo tal el terremoto que hasta los estamentos políticos han dado su brazo a torcer.

   No es nuevo todo esto, no, de hecho no es la primera vez que ocurre, viene pasando desde siempre. La guerra, el hambre, la enfermedad, la pobreza, la muerte; son compañeros de vida y de viaje de cientos de miles de personas, refugiados del día a día que de algún modo y de muchas formas se agolpan en alguna frontera de algún lugar. Es verdad, soy el primero que desea y colabora para minimizar los efectos de esta crisis, pero hoy, desde mi humilde blog, quiero llamar a la esperanza a todos los refugiados del mundo; a estos pobres hermanos nuestros que se agolpan por subir a un tren, a esos pobres que subidos a una lancha dejan su esperanza náufraga en el mar, a todos esos que el desierto del olvido y el terror ha devorado, en definitiva, a los miles y cientos de miles de hombres, mujeres y niños, de almas inocentes, que se exilian de un modo u otro, inclusive aquellos que son arrebatados de sus cuerpos de forma violenta y terrible y para los que no ha habido una cámara que los fotografíe. Para todos los que en silencio callan el dolor de un exilio en el alma, un refugiado en vida, una vida con demasiadas fronteras como para poder saltarlas todas. Quiero llamar a la esperanza al sin fin de seres humanos que viven sin rostro, en el silencio del dolor, de la intolerancia, de la incomprensión, del egoísmo, la soberbia y la ira, que son las que al final llevan al hombre a masacrar, violar y atentar contra su semejante, porque, como tantas veces he dicho, si no cambia el corazón, jamás cambiará el ser.

   Son miles los que cada día están llegando. Los gobiernos piden tiempo, fijan cuotas, debaten soluciones y a las puertas más y más se agolpan en un grito desesperado. Están huyendo, tienen hambre, tienen miedo, tienen sed. Piden paz, piden justicia, anhelan libertad, comprensión, la mano amiga que se tienda y les diga "no te juzgo, te comprendo". Son días inciertos, sin respuesta, en los que tanto por un lado como por el otro se ve y pone de manifiesto la verdad del corazón de cada uno, y tanto los que vienen como aquellos dispuestos a recibirlos, dejan ver lo que en verdad hay en lo profundo de su ser. Va quedando manifiesta la verdad de los hechos, la intención de los corazones... son muchos, sí, son miles, al norte, al sur, al este, por tierra, por mar, huyen de la guerra, de la injusticia, de la barbarie, la sinrazón... buscan un lugar de descanso, un corazón donde habitar y saberse a salvo. En un mundo globalizado donde el mal aflora ¿existe un lugar donde en verdad pueda el hombre estar a salvo?

  Lo que hoy vemos no es más que la punta de un iceberg demasiado grande y tan profundamente hundido en el océano de la existencia del hombre que hace, como vemos, tambalearse a las naciones. El odio, la intolerancia, se revisten de ideología, de dioses y hasta de libertades, a fin de privar de lo más profundo del ser al ser mismo, hasta el punto de privarlo de sí mismo y de su libertad, en efecto, como digo, son muchos, cientos, son miles los exiliado, refugiados que vagan en un mundo con demasiadas fronteras. Son los homosexuales, no pocas veces odiados y rechazados hasta por sus propias familias, los niños abandonados y hasta abusados, las mujeres maltratadas, vendidas, vejadas, los seres humanos con quienes se trafica, son los pobres masacrados para la venta de órganos, son todos aquellos perseguidos y aniquilados por su creencia, ideología, pensamiento político o religión. Los marginados por su nivel económico, los desahuciados por el interés de la sola economía, el tercer y el cuarto mundo, los enfermos, los ancianos; todos aquellos que han sido abandonados en la frontera de la realidad, olvidados en el límite de la existencia. Son los olvidados de todos, las sombras sin rostro para los que no existe una cámara, son los infectados por sida y que son estigmatizados, los que mueren por el ya olvidado ébola, los que fallecen en las olas de frío, los que mueren solos y por quienes nadie pregunta...
  En un mundo que se abate y se duele, en un mundo globalizado y en crisis, mientras a las puertas de la vieja Europa llaman los que huyen, hemos de pararnos y mirar ¿qué hemos hecho mal?¿por qué llegamos a este extremo? Dar asilo, comida y una vida digna a quienes nos lo piden es un deber, pero educar en la libertad es una obligación. No podemos olvidar a los cientos de miles de refugiados en el alma, para los que el encierro es perpetuo porque de sí, no pueden salir. Abrir Europa es importante y ahora parece vital pero abrir las fronteras de nuestro yo a una humanidad herida es lo único que podrá salvarnos, porque, si abrimos las naciones, pero cerramos el corazón, el miedo, el rencor y las sospechas anidarán en los recovecos y florecerán el odio, la envidia y la desconfianza y cuando el miedo y la desconfianza plantan su campamento en medio de la humanidad, la tiranía y la guerra no tardan en buscar serles compañía. El miedo a la libertad del otro hace que tema mi propia libertad, hasta el punto de ser capaz de negar mi ser y mi libre derecho para ser y existir, a fin de que el otro, que me aterra, no sea, no sea que siendo él, él; yo no sea, y al ser él y no yo, yo no exista y es ahí, en ese miedo egotista a ser yo ante todo, donde nace la barrera, donde crece la frontera, donde acaba el camino.

  Son muchos, cientos, son miles, hay que darles cobijo, hay que velar por sus vidas, por todas ellas, para que nadie nunca más esté en una cuneta, en un andén de una estación sin trenes, para que nadie esté tras un alambre en la frontera, pero no sólo en las naciones, sino también más allá, donde la estacas mentales atan a la conformidad a la masa y anula al individuo. Hay que ponerse en marcha, hay que ayudarles a todos, pues, ayudándoles a ellos, nos estamos salvando a todos y aunque no está en nosotros conocer el destino de la vida, si está el hacer que las vidas tengan el sentido que merecen sólo por el hecho de ser vidas humanas.

  A ti que me estás leyendo, allí en la frontera que estés, sea lo que sea lo que te ata, lo que te anula, a ti te digo, no temas, se fuerte, con tolerancia y amor profundo, actúa, rompe esa última frontera que te impide salir de ti mismo y sé tú para los demás, pues la vida que no se gasta en darse, se pierde en mantenerse.

  REFUGIADOS BIENVENIDOS A LA ÚLTIMA FRONTERA.


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