Un viaje al interno

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Un descenso al corazón

jueves, 15 de agosto de 2013

Vértigo (la importancia de las cosas pequeñas)

A veces no son las cosas que suceden, sino aquellas que no llegan a pasar las que, por así decirlo, visten a la vida de su cierta intensidad. Hoy me propongo llevar a reflexión este pensamiento que da "tensión" a la existencia.

   Así como una gran sinfonía es grande por sus notas musicales, no sería nada sin sus profundos silencios, esos que se anticipan a los mejores prelúdios. Así, en nuestra vida, es a veces el espacio de lo que no está, de lo que aparentemente no es, lo que, en no pocas ocasiones, hace intenso el momento, a fin de enmarcar, entre silencios, el clímax. Sucede también así en los textos, cada palabra, cada idea, cada momento, va acompañado de sus espacios, de sus pausas, de esos huecos vacíos, que lo visten de fuerza y significado.


   Vivimos sumidos en la era de las telecomunicaciones, en la aldea global donde un suspiro en una parte del mundo puede ser compartido e incluso vivido por alguien que se encuentre al otro lado del planeta e incluso, fuera de nuestras fronteras planetarias, siendo capaces de escudriñar el más leve rastro de un estrépito en medio del magno y aparentemente silencioso espacio...

  En una conversación deberíamos aprender a escuchar más allá de las palabras, interpretando la intensidad de los silencios y descubriendo en cada uno la grandeza de lo que no se dice pero se expresa y que puede llegar a ser más cierto que todo cuanto la elocuencia pueda ocultar, es la famosa frase, muy utilizada, de "este silencio esconde demasiadas palabras" y es que, las palabras, a pesar de todo su poder, en ocasiones, no son suficiente. El autor romántico del XIX, Gustavo Aldolfo Becquer, lo refleja sabia y profundamente en unos de sus versos cuando dice que "el alma que hablar puede con los ojos, también pude besar con la mirada". Un te quiero inexpresivo, y con esto no quiero decir que no sea necesario verbalizar los sentimientos, carece de todo su valor intrínseco, mientra que a su lado, una mirada furtiva pero llena de ternura, de pasión y de delicadeza, adquiere mayor relevancia... estos detalles, los pequeños detalles, son los que hoy en día pasan inadvertidos, o son obviados gracias a las nuevas tecnologías que, de algún modo, nos alejan los unos de los otros a la vez que nos acercan y reúnen, perdiendo así la intimidad del cara a cara.

   No en pocas ocasiones nuestras vidas parecen estar faltas de cierta fuerza, ¿hemos quizá perdido el sano vértigo de la vida? permíteme ahora querido amigo, fijar mi imaginación en un funambulísta atravesando un acantilado de lado a lado apoyado sólo en una cuerda, suspendido en medio de la nada a kilometros de distancia... caminar en medio del vacío... con todo ese vacío bajo sus pies y la sola posibilidad de continuar hacia adelante, en un avance infinito. No hay lugar para el miedo, no cabe la posibilidad de caer, sólo cabe avanzar, avanzar con ese vértigo en el estomago de quien sabe que su vida pende de un hilo y que de él depende el éxito de su hazaña... Así ha de ser, en cierto modo, nuestra existencia, no es tan importante las cosas que tenemos, no ha de importar tanto el acantilado, la cuerda o la destreza, ni tan siquiera el profundo vacío, lo importante es ese vértigo, esa impresión interna, ese momento adrenalítico que nos hace avanzar, mientras experimentamos todo nuestro poder en toda nuestra debilidad... esa emoción de caminar sobre la nada y vencer cada instante al vació, ese burlar a la muerte, ese vivir un instante.

 La vida está llena de momentos vacíos, de huecos llenos de tantas cosas sigilosamente guardadas y que son en esencia las que llenan de sentido nuestra más profunda existencia, esos te quiero escondidos en miradas furtivas, esos ojos llenos de admiración que se entrecruzar en el vacío entre el yo y la persona admirada, esos intensos momentos vertiginosos en el espacio que separa el deseo del beso y que no pocas veces es más intenso que el propio beso... ese suspiro al rozar, como quien no quiere la cosa, las manos de quien nos despierta tantas emociones... esas pequeñas cosas que no son y que no obstante, hacen ser a las cosas que en verdad queremos...

    Tal vez debamos aprender ahora a conocer en su total profundidad todo eso que ya conocemos y que nos es tan desconocido... quizá es momento de experimentar vivencialmente ese caminar en el vacío, sin dar lugar al miedo, y explorar lo más intimo de cada gesto, de cada caricia inadvertida, de cada silencio, de cada mirada, de cada espacio, de cada oscuridad, de cada hueco... para conocer de la vida misma lo que, a fuerza de costumbre, hemos olvidado de sí misma, a fin de conocer en realidad quién y por qué somos, en la importancia de las cosas pequeñas, inadvertidas... de esas pequeñas cosas aparentemente huecas... pero que consignan a las llenas toda su intensidad, y es que, para que algo sea grande, necesita antes, nacer de lo pequeño.

   Atrevámonos a encaminar este camino oculto, este lugar secreto, este espacio de espacios infinitos y silencios llenos de ecos eternos, desgranemos con calma y suavidad cada palabra es sus silencios, en sus espacios, en sus momentos... redescubramos el valor oculto de lo ínfimo, de lo pequeño, de cada partícula de nuestro ser, demos valor a cada parte de nuestra vida, a cada detalle. Un baño caliente, una toalla suave, una sonrisa, un gesto... la mano amiga, el rozar del viento, el calor de los rayos del sol en los días fríos de invierno, el correr de las agujas del reloj, la extraña compañía del silencio...

   Sólo si aprendemos a valorar lo pequeño, lo que aparentemente no está, lo secreto, sabremos vivir intensamente todo aquello que tenemos... si aprendemos a vivir el instante, el momento, a apreciar lo pequeño, todo lo grande, será intenso.







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