El tiempo se ha convertido en el árbitro de un partido de un
tablero en tablas entre el orgullo y la decadencia en que ninguna de las dos se
quiere retirar y donde ambas son solo las cabecillas de una horda de maldad que
se echó a suertes el mundo y hasta que no consuman por entero sus recursos no
van a terminar.
Los seres humanos,
hombres y mujeres, han ido olvidando el horror que no hace tanto protagonizaron
y mientras un puñado de juristas aún juzga sus crimines, por doquier surgen
nuevas formas de opresión con una cara nueva y limpia que resulta del agrado,
si no de su paternidad, de quienes dirigen el mundo; y así en nuestros días, en
pleno siglo XXI, al igual que en el XV, los feudos de unos y otros se yerguen mientras el hombre de a pie paga, aún sin
poder, el peso de una fiscalidad mal repartida si no mal intencionada.
Lo público se esquilma y se deja morir en pos del interés de
unos pocos mientras que la inmensa mayoría sigue sufriendo el peso de una ley
que no hace justicia.
Dijo Martin Luther King que todo aquel que viendo una
injusticia no hace nada para evitarla, comete la misma injusticia que no evita.
En nuestros días son pocos quienes no vean la injusticia. Hace no mucho los
medios de comunicación masiva nos alertaban de la venta de seres humanos como
esclavos en Libia, hombres, mujeres y niños forzados a abandonar su vida para
sobrevivir y que ante la apatía del mal llamado primer mundo, son vendidos a
sus puertas mientras la justicia y el derecho debaten sobre lo inadmisible del
hecho y continúan mirando hacia otro lado.
Violencia de género,
parricidios, violaciones, pobreza energética, deshaucios, pensionistas sin
recursos, salarios que no sacan de la
pobreza a quien trabaja, familias sin luz ni gas en pleno invierno, trabajos
indignos, jornadas interminables, padres que no pueden conciliar vida laboral y
familiar, hijos que se van a la cama sin apenas nada que comer y sin poder casi
conocer a sus padres que, en un intento por subsistir, se han convertido en un número
cotizante que nada importa y a nadie preocupa. Pobreza, falta de medios,
salarios bajos, trabajos precarios, carestía de la vida, hambre, indigencia…
injusticias todas ellas que todos vemos y ¿qué hacemos para evitarla? Miramos a
otro lado, nos quejamos pero sin hacer nada. Quienes gobiernan no tienen ningún
plan de ayuda, nada con lo que salir a flote, los que más tienen no dan y los que nada tienen no reciben, auspiciados
por un sistema que prometió el bienestar y nos dejó en la calle con mucho que
decir pero sin voz, amordazados, con un miedo irreal a perder unas migajas que
ni siquiera nos dan pero que son el fruto del esfuerzo y la lucha que se hizo y
que ahora gustan en quitarnos ante el silencio de muchos que no hacen nada para
evitar la injusticia que ven y que por ende son artífices de la misma
injusticia que se comete.
Los Derechos Humanos se han convertido en una suerte de
código jeroglífico para el que parece no haber Piedra de Roseta; parece no ser
más que un ideal de lo que deberíamos vivir la humanidad pero lo cierto es que
son más los seres humanos que no tienen derechos, que los que los que
disfrutamos de ellos, aunque aún haya mucho por recuperar.
Hoy ya no son
deportados, sino refugiados, hoy no son campos de concentración sino de
estancia permanente, de desplazados, hoy ningún gobierno o estado mete en
camiones a regiones enteras y las extermina, hoy es fanatismo, la migración, “deseos
de una vida mejor” que no pocas veces se trunca en una muerte horrible en
brazos del mar, en el desierto, de frío en las fronteras… y en el trayecto:
violaciones, vejaciones, torturas, abusos de toda clase, muerte y asesinatos,
todo, a las puertas de un primer mundo que ha cerrado sus ojos y su corazón a
una verdad que clama más que sus políticas, pero que clama en silencio porque
no tiene fuerzas para defenderse, sin políticas reales para poner fin a tanto
dolor, acallando las conciencias a golpe de ONG y mientras este primer mundo en
manos de unos pocos, cada vez menos, que van seccionando y absorbiendo todos
los derechos, cambiándonos el nombre de cada concepto, de forma que sí, pero
no, y sigamos tragando por hacer del mundo un mundo mejor, pero ¿para quién?
Polución, contaminación, aguas envenenadas, vertidos
tóxicos, un planeta que se muere y que estamos matando… pero ¿a quién le
importa? DINERO, sólo eso interesa, como ya cantara la afamada actriz Liza
Minnelli en la película Cabaret, sólo eso importa y sólo él hace girar el
mundo. Y es que el dinero cambia opiniones, compra conciencias, mueve razones…
y es que todo tiene un precio, también, y como hemos visto, la vida humana, que
ha sido puesta en venta, hipotecada y vendida en un macabro “Monopoly” donde
unos pocos tienen las calles y el resto caemos en sus casillas y para colmo
además les votamos cada 4 años, no sea que cambien las casillas y podamos tener
gratis lo que antes tuvimos y que ahora pagamos por peor servicio, eso sí,
privatizado.
Querido lector: supongo, imagino y espero que todo esto que
te digo lo veas, que en cada párrafo te identifiques, porque ninguno, y digo
bien, NINGUNO somos ajenos a todo cuanto está pasando, da igual el lugar en que
te encuentres, no importa lo que estés haciendo o hayas hecho, sólo importa lo
que estamos dispuestos a hacer para frenar esta locura de lesa humanidad que ha
tomado un cariz legal casi legítimo y que va a destruirnos por completo. Tal
vez un solo individuo no puede cambiar el mundo, pero sí puedes ayudar a quienes
te rodean a abrir los ojos y una multitud despierta sí puede ser el eje sobre
el cual se apoye la palanca que destape el crimen de esta humanidad que ha
olvidado sus atrocidades y que las ha maquillado y renombrado para poder seguir
llevando a cabo lo que nunca debió ocurrir.
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